RETRATO DE DAMA

FICHA TÉCNICA

Retrato de dama
Anónimo español, siglo XVIII
Óleo sobre tela
Fundación E. Arocena.
Gabinete / Casa Histórica Arocena.

FICHA COMENTADA

La necesidad de elaborar retratos refleja una sociedad que concede importancia a la individualidad. A partir del Renacimiento, este género tuvo un auge que no se vio aminorado a lo largo de los siglos posteriores. Su desarrollo se mantuvo a la par de la técnica al óleo.

Conforme los pintores exploraban las cualidades de este material consiguieron efectos cada vez más naturalistas en la representación de la piel, ojos y demás atributos, así como de las telas, accesorios y elementos que acompañaban al retratado.

Aunque no conocemos la identidad de la protagonista —posiblemente pintada a fines del siglo XVIII—, ni hay atributos en la imagen que permitan asociarla a un entorno específico, la dama seguramente perteneció a una familia de solidez económica. Particularmente resalta la joyería que, desde siglos anteriores, estaba vinculada con una tradición artística enfocada a seducir los sentidos por medio de la exaltación de delicadas cualidades visuales y táctiles, y que para ese momento estaba perfectamente asimilada como icono de lujo y belleza. Los detalles del atuendo, el encaje ribeteado en la orilla del cuello y las grandes mangas que aderezan el vestido con motivos vegetales, le conceden una opulencia que, por otro lado, contrasta marcadamente con la sencillez expresiva del rostro.

UN VISTAZO AL TRATAMIENTO PICTÓRICO

El tratamiento pictórico entre la vestimenta de la modelo y las encarnaciones es muy distinto. Mientras que el atuendo expresa mayor volumen por medio de algunos detalles probablemente conseguidos a través de veladuras, el rostro es más plano. El volumen solo se presenta en el rostro a partir de un sombreado ligero a lo largo de la afilada nariz y la barbilla, que al mismo tiempo, enfatiza el alargamiento de las facciones. Esta falta de profusión cromática contrasta con la leve sonrisa de la joven, de manera similar a los gestos arrebolados del rococó.

Como en todo retrato, la dirección de la mirada se vuelve un elemento fundamental para la carga emocional y psicológica con la que se percibe al personaje. En este caso, la protagonista mira hacia fuera del cuadro, invitando al espectador a seguirla para contemplar su belleza.

El comienzo del siglo XVIII significó para la producción plástica española la asimilación del modelo rococó, gracias a la llegada de un monarca de origen francés, Felipe V (1700-1746), perteneciente a la casa de Borbón. Hasta hace poco dicha etapa se consideraba dominada por influencias extranjeras con representantes locales de poca calidad. Sin embargo, la investigación actual ha ido descubriendo que los cambios de sensibilidad no fueron radicales ni homogéneos, sino que siguió habiendo filtraciones de los principios relacionados con la estética del siglo XVII, que en el campo del retrato habían consolidado figuras como Juan Carreño de Miranda y Claudio Coello.

La inauguración de la Real Academia de San Fernando de Madrid en 1752, además del creciente número de artistas que realizaba el viaje de aprendizaje a Italia, fueron algunos de los factores que contribuyeron a la renovación de la actividad artística hacia la segunda mitad del siglo XVIII. Entre las figuras más destacas estaban los González Velásquez, Mariano Salvador Maella y Francisco de Goya, quienes además serían grandes retratistas.

En los ámbitos alejados de la corte, las pervivencias del periodo barroco se fueron combinando con los principios abanderados por uno de los artistas más influyentes en las últimas décadas del XVIII, el alemán, Antonio Rafael Mengs (1728-1779). Aunque su actividad estuvo principalmente vinculada a la corte de Carlos III desde 1759, su estética tuvo una influencia considerable hacia la tipología del retrato burgués que dejó atrás la preponderante moda francesa que habían impuesto Jean Ranc (1674-1735) y Louis-Michel van Loo (1707- 1771), para dar paso a efigies en las que el personaje parece haber sido sorprendido en su intimidad, haciendo alarde de una delicada penetración sicológica.

En este panorama multiforme, las inquietudes de la burguesía y los medios intelectuales, al lado de la corriente oficial, impusieron también sus criterios al contacto con grabados o pinturas foráneas adquiridas durante viajes. Lo anterior dio lugar a concepciones distintas acordes al gusto que no excluía la elegancia ni el decoro. La ejecución de este retrato pudo haber respondido a un encargo de este tipo.

EFECTOS DE COLOR

El tratamiento del fondo rojo, además de dotar a la modelo de elegancia, le otorga profundidad espacial a la obra creando una zona de luz hacia el lado derecho, efecto muy usado por los pintores del XVIII.  El color rojo y la textura de ciertos pliegues que se dibujan a espaldas de la dama, sugieren un telón teatral que se complementa con el peso de las telas del primer plano que le dan gran riqueza visual.  De este modo, la paleta empleada presenta los tres colores primarios —rojo, amarillo y azul— trabajados en tonalidades que reflejan la luz desde el extremo del marco izquierdo.  Tal efecto tiene eco visual en el tocado que adorna el peinado de la retratada.

La posición del cuerpo es la típica de tres cuartos a media cintura, puesta de moda desde la época renacentista dado el interés creciente por los volúmenes sólidos.  Su fuerte peso visual, adquiere cierto dinamismo al contraponer la dirección de la mirada al resto del torso, el cual está girado en exceso, de modo que el escote se aleja del eje vertical con el cual debería coincidir.  Esta aparente imprecisión anatómica podría ser un intento del artista por ofrecer distintos puntos de vista del cuadro, de acuerdo a la posición del espectador, que no necesariamente sería la de una distancia media frontal desde la que observamos los objetos en un museo.

En particular la representación de retratos individuales femeninos creció notoriamente durante la centuria en la que se fecha esta obra, al ser el ámbito de la mujer un integrante esencial de la vida cultural dieciochesca y todavía más hacia el siglo XIX.  Actualmente esta obra de mediante formato, muy apropiado para un ambiente de convivencia familiar íntima, se exhibe en el Gabinete de la Casa Histórica Arocena, donde se realizaban actividades intelectuales y recreativas, como la lectura de ejemplares de la biblioteca, tertulias o partidos de bridge en los que se escuchaban e interpretaban piezas musicales de piano y canto.  Un ambiente placentero al que esta pintura aporta un elemento más del gusto por el arte europeo de la familia Arocena.