RELOJ DE PIE
FICHA TÉCNICA
Reloj de pie. Caja de madera con chapa de nogal, maquinaria en bronce y acero. Esfera en latón dorado y pintura al óleo. Inglaterra ¿Siglo XVIII? Inscripción: “John Key. Dumbarton”. Medidas: 213.5 cm. x 50 cm. x 24 cm. Gran Salón, Casa Histórica Arocena. Inventario 1391. Fundación E. Arocena.
Por Adriana Gallegos Carrión
Coordinadora de curaduría y exposiciones
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FICHA COMENTADA
Como objetos, los relojes son resultado de la destreza manual, la ciencia aplicada y la concepción histórica del tiempo. La habilidad del relojero es indispensable para producir un artefacto mecánico que satisfaga el requisito de medir correctamente el tiempo y hacerlo de forma conveniente y práctica. Sin los desarrollos científicos necesarios y la estandarización de las medidas en occidente, los relojes sólo habrían sido meros objetos curiosos o decorativos. Por otro lado, a lo largo de la historia, también los aparatos para medir el tiempo han sido considerados como piezas refinadas de mobiliario, artefactos ingeniosos o sofisticadas joyas de uso personal, lo que llevó a sus fabricantes a realizar diseños y decoraciones que consideraban la armonía del conjunto y sus funciones: entiéndase, la maquinaria y la caja o contenedor.
Orígenes del reloj mecánico moderno
Los europeos inventaron los primeros mecanismos automáticos para reloj a finales del siglo XIII. Las mejores evidencias de su existencia provienen de Inglaterra, de monasterios y abadías. Eran máquinas operadas por pesas y ruedas dentadas que hacían sonar una campana a intervalos uniformes destinados a los monjes que necesitaban seguir las horas canónicas. Para lograr que una máquina tañera en el momento justo, fueron necesarias muchas innovaciones mecánicas que posteriormente sentarían la base para la construcción de relojes durante los siglos que siguieron.
Poco a poco las torres de las iglesias catedralicias sustituyeron al campanero humano por relojes mecánicos. Después del 1300, contaban con esferas decoradas de imágenes astronómicas, autómatas y figuras móviles. Para mediados del siglo XIV, templos y ayuntamientos de Europa, primero en el norte de Italia y Francia, posteriormente en Holanda y Alemania; hacían sonar la hora única, anunciando así una nueva concepción del tiempo. Habría de tardar aún casi dos siglos en aplicar la esfera al exterior para señalar las horas y sus fracciones.
Paralelamente, se desarrolló el reloj de uso doméstico. Los más complejos incluso podían mostrar los movimientos de los planetas, la luna y el sol como fue el caso de uno muy famoso creado en Padua hacia 1375. Los relojes más pequeños, para uso personal, progresaron gracias a la invención del sistema de resorte que sustituyó al peso como fuerza motora de la maquinaria. Esta invención permitió la portabilidad, facilitó la navegación y el encuentro con nuevas latitudes en los viajes de exploración entre continentes.
El reloj de pie o ‘longcase clock’
Los grandes relojes públicos no progresaron en la precisión hasta la segunda mitad del siglo XVII como resultado del trabajo del matemático holandés Cristhiaan Huygens (1629 – 1695) y la aplicación del péndulo a la maquinaria. El principio y técnica de la oscilación combinado con la continua repetición, proveyó a los relojes de la posibilidad de representar medidas estandarizadas del tiempo.
Esta invención llevó al surgimiento del reloj de pie en Europa, espacialmente en Inglaterra donde se desarrolló con prontitud para uso doméstico. Este objeto tuvo mucha aceptación desde el periodo de la Reina Ana (1702 – 1714) y gran auge en sus distintas tipologías y decoraciones hasta casi el 1800, durante un periodo que en cuestión estilística es conocido como georgiano, esto por la coincidencia con el reinado de Jorge I (1714 -1727), Jorge II (1727 – 1760), Jorge III (1760 – 1820) y Jorge IV (1820 – 1830) de Inglaterra.
El reloj de pie que nos ocupa en la Casa Histórica Arocena es justamente un ‘longcase clock’ de tradición inglesa. Construido en madera chapada en nogal, replica formas arquitectónicas distribuidas en tres cuerpos ornamentados y funcionales. La parte superior que contiene la maquinaria está cerrada con una puerta de madera con cristal para ver la esfera y el movimiento de las manecillas. A los lados tiene unas columnas en torzal, sobre las que se coloca un friso con cornisa moldurada de remate rectilíneo, ambos muy propios del estilo Reina Ana. A los costados, ventanas de celosía en madera que recuerdan los catálogos de los ebanistas más reconocidos del periodo georgiano: Thomas Chippendale (1718 – 1779), George Hepplewhite (1727 – 1786) ebanista, y Thomas Sheraton (1751 -1806).
El cuerpo intermedio para acceder al péndulo es sólido, y se cierra mediante una puerta austeramente decorada con un rosetón central y cenefa, ambos en marquetería. El cuerpo bajo sirve de pedestal para ganar altura, despliega airosamente en cuatro patas y cuenta con decoraciones también en marquetería en cada una de las cuatro esquinas.
La esfera del reloj es posiblemente lo que despierta mayor interés a la contemplación. Dial exterior de doce horas en números romanos y minutero con unidades de cinco esto, en números arábigos; además de la inclusión de un segundero al centro. En la superficie del latón dorado, además de mostrar las unidades del tiempo, se grabaron dos aves rampantes, posiblemente garzas estilizadas; y bajo éstas la inscripción circunscrita en un óvalo: “John Key. Dumbarton”. Rematando la parte de arriba, una marina pintada al óleo que, si nos guiamos por la inscripción anterior, podría ser el río Clyde en Dumbarton (Escocia) con el acantilado donde se erigió en 1220 el castillo que da nombre a la localidad.
Un detalle muy ingenioso es la inclusión de la embarcación de vela representada en primer plano que, al ser independiente de la pintura del fondo y estar conectada con el péndulo, se mece al compás de éste, imitando en su rítmico movimiento el oleaje del río escocés.
El reloj de pie como ostentosa pieza de mobiliario, perdió popularidad a inicios del XIX, en coincidencia con el declive de los estándares estilísticos que le dieron impulso en la Inglaterra del siglo anterior y, como consecuencia de los cambios culturales asociados a la caída del viejo régimen. Los nuevos tipos de relojes más exactos y menos aparatosos, así como la generalización del uso del reloj personal de bolsillo y posteriormente, el de muñeca, lo volvieron trivial en el ámbito doméstico. Sin embargo, en los siglos posteriores hubo esporádicos intentos por posicionar nuevamente en el gusto este objeto, pero sin demasiado éxito comercial.
Aún así, la producción de relojes de pie no cesó, principalmente en los Estados Unidos donde se le conoció bajo el nombre de grandfather clock, término que pretendía dar un aura de linaje e impostada nostalgia. Estos relojes nuevos en fabricación, pero anacrónicos en uso y forma, replicaron los modelos estilísticos del pasado sin aportar realmente innovaciones en su apariencia general; de ahí que a primera vista pueda confundirse fácilmente un reloj de pie inglés estilo Reina Ana o georgiano, con uno de manufactura más reciente pero estilo semejante. De ahí que, sin información concluyente acerca del fabricante relojero de la pieza en el Gran Salón de la Casa Histórica Arocena, resulta sumamente difícil datarlo con la precisión y rigor necesarios.
Invención del tiempo
El reloj mecánico fue uno de los objetos más importantes de la modernidad temprana. Desde su invención en el siglo XIII dio forma a una nueva concepción del tiempo que no dependía ya de la observación de los ciclos naturales sino de la apropiación que la sociedad occidental hizo del tiempo, fusionando día y noche en periodos de veinticuatro horas y sus fracciones. Como tecnología, resultó crucial desde el punto de vista cultural, social y económico durante los siglos siguientes. Indispensable en la navegación y cartografía, fue punto de referencia en el paisaje urbano, decorando torres, campanarios, hogares y en su forma más pequeña, personas. La invención del reloj significa para la historia, en un sentido tanto metafórico como pragmático, la propia invención del tiempo.
BIBLIOGRAFÍA
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