Antonio de Juarros y Lacunza (1775 – 1814), atribución
Guatemala por Fernando Séptimo el día 12 de Diciembre de 1808
Guatemala (1810). Impresor Real
Encuadernación: sin tapas, costura rústica
188 páginas
Estampas (calcografía) autoría de José Casildo España, Manuel Portillo y Francisco Cabrera
14.4 x 9.7 x 3 cm.
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CÁPSULAS
Se acuñaron varias clases de medallas, en oro y plata, de distintos diámetros y pesos. Contaban en el anverso con el busto del monarca y al reverso, inscripciones conmemorativas. Algunas se entregaron a funcionarios y jerarcas, otras, fueron arrojadas a la multitud asistente durante los actos de proclamación. Además de su evidente valor pecuniario, los recipientes las utilizaron como condecoraciones en muestra de su fidelidad al monarca.
“La callada escritura”
La emblemática es un lenguaje gráfico literario desarrollado en el renacimiento. Toma de numerosas fuentes sus contenidos: epigramas, sentencias, proverbios, heráldica, jeroglíficos, el neoplatonismo, la mitología, el hermetismo y simbolismo medieval. Un emblema consta de tres partes: la imagen o símbolo; el título o inscripción y el texto o declaración.
“Proclama de la antigua España a los de la Nueva”
El autor hace referencia a la lectura pública en el Cabildo de La Gaceta de México, primer periódico de América en su tipo, con noticias del todo el imperio. Se leyó en voz alta la proclama contenida en el ejemplar del 19 de octubre de 1808 donde el “inocente y desgraciado Fernando” había sido preso en Bayona y violentado en la cesión de la Corona al “declarado enemigo de la humanidad”, Napoleón Bonaparte.
CRÓNICA
Tenemos una completa y detallada crónica acerca de los eventos acaecidos con motivo de la jura de Fernando VII en 1808 en la ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala, nueva capital de la Capitanía General de Guatemala, territorio que administrativamente abarcó los actuales territorios de Guatemala, Belice, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, el estado mexicano de Chiapas y parte de Panamá. Su antiguo centro administrativo había padecido en el último tercio del siglo XVIII una serie de terremotos que obligaron a su traslado entre 1774 y 1775. En 1808 intentaba recuperar su estabilidad social, antiguo esplendor e importancia económica.
En la Nueva España y los virreinatos del sur tenían lugar amplios programas festivos por la ascensión del rey al trono, el nacimiento de un infante o los ceremoniales con motivo de la muerte de un monarca. Las procesiones, misas, desfiles, pendones, carros triunfales, obeliscos, acuñación de medallas y la creación de arquitecturas efímeras, estatuas y retratos eran parte de una larga tradición en los reinos hispánicos que tuvo como objetivo reforzar la red de lazos políticos, culturales y sociales que compartía un imperio encabezado por un rey al que los súbditos tal vez nunca verían en persona. Guatemala por Fernando Séptimo no representa entonces ni el único ni el primer texto de este género literario en América.
Se trata de una publicación excepcional que narra de manera completa y detallada los festejos locales a la par que el pensamiento americano frente a hechos que hoy consideramos como históricos. Escrito en primera persona por el alcalde primero del Cabildo de Guatemala y maestro de ceremonias de los festejos, el ilustrado Antonio de Juarros y Lacunza, nos ofrece una mirada privilegiada a la vida cotidiana y prácticas culturales en una ciudad frente a los cambios políticos o “noticias infaustas” que llegaban de España.
En las primeras páginas se da cuenta de los eventos del verano y el otoño de 1808 cuando “la cruel incertidumbre” recorría los reinos del imperio español. Recordemos que los acontecimientos tuvieron lugar en tanto las guerras napoleónicas en Europa, la crisis de sucesión dinástica en España y la consolidación del criollismo en América. Mediante los festejos por la jura, la ciudad de Guatemala intentaba construir y demostrar una lealtad y obediencia a España y a Fernando VII en tanto se forjaba una nueva identidad guatemalteca y americana en tiempos de importantes cambios políticos.
De acuerdo con Juarros y Lacunza, los vaivenes políticos no detuvieron la algarabía y las “demostraciones de regocijo”. A partir de las noticias del inicio del reinado en el mes de septiembre, se pusieron en marcha los festejos en los que se esperaba la participación de todos los grupos sociales y estamentos en sus distintas corporaciones como gremios y cofradías. El Cabildo decidió escoger un día simbólico para la jura, siendo el 12 de diciembre “en que la Iglesia de esta América septentrional celebra a su titular patrona María Santísima de Guadalupe”.
A continuación, el autor nos ofrece un apéndice de cincuenta y un “documentos justificantes de la relación” que incluyen una docena de actas del Cabildo, un par de reales decretos, un bando del capitán general del reino sobre el comportamiento requerido en la jura, una nómina de maestros artesanos y las veintidós estampas de las imágenes pintadas en el tablado principal erigido en la plaza central por orden del Cabildo. Las estampas, que merecerían un trabajo aparte, fueron realizadas por tres distintos grabadores, todos ellos discípulos de Pedro Garci-Aguirre, grabador mayor de la Casa de La Moneda de Guatemala.
El tablado se erigió sobre un octágono de diez varas de diámetro (8.30 metros) donde se levantó un piso de tres varas (2.50 metros) de alto que formaba un basamento o zócalo. De éste arrancaba la arquería y las ocho columnas de orden jónico, ocho pilares en su parte interior, ocho arcos y un cielo raso. Se remataba por cuatro frontones o áticos triangulares en cada frente flanqueados por esculturas sobre pedestales y sotabancos con grupos escultóricos. Los artífices fueron el maestro carpintero Agustín Guevara, el pintor Luis Santa-Cruz que se ocupó de los dorados e imitaciones de mármoles, mientras que los pintores Mariano Pontaza y José Muñoz hicieron las representaciones alegóricas. Dionisio Contreras fue el escultor encargado las figuras.
Como “el Pueblo sólo aprende lo que materialmente se le entra por los ojos y en las actuales ocurrencias conviene instruirle de los sucesos espantosos de la Europa” los emblemas y jeroglíficos representados tuvieron evidentemente una función conmemorativa pero también de instrucción pública y persuasión política. Los ejes simbólicos se concentran en tres aspectos esenciales: la construcción de Fernando VII como sujeto heroico, la confrontación con Napoleón Bonaparte y la unión de los destinos históricos de Guatemala y España.
Algunos ejemplos los encontramos en el frontal del norte donde se mostraba a Fernando VII con las alegorías de Guatemala y sus provincias ofreciendo sus corazones al monarca. En el remate, la personificación de España sobre los dos orbes dándose las manos y abrazando a las dos Américas, la septentrional y la meridional. En el lado sur se representó el mapa de Europa sostenido por un águila napoleónica, debajo las personificaciones de Castilla y Guatemala estrechándose las manos, mientras Hércules arrancaba las columnas y Colón las llevaba a América.
Finalmente, en las últimas páginas del ejemplar leemos la transcripción de la “oración eucarística” o sermón que pronunció el presbítero Isidro Sicilia y Montoya, y a quien se identifica erróneamente en algunas bibliotecas como el autor. Si bien no se da crédito a Juarros y Lacunza en la publicación, en opinión de varios investigadores y gracias a la evidencia interna es posible atribuirle la autoría. Además, el alcalde primero del Cabildo escribe en primera persona y le vemos retratado de cuerpo entero en la lámina número 18.