Conformada con imágenes procedentes de las Colecciones Fotográficas de Fundación Televisa, es un recorrido documental y artístico por los ámbitos reales e imaginarios del mundo de la lucha libre mexicana
Anexo Edificio Russek
Primer Nivel
Las luces se apagan: gritos, porras e insultos comienzan a formar el coro de un moderno ritual en el que las emociones y tensiones del público presente se disipan al puñetazo del primer enmascarado que cae en el gran espectáculo de dolor, sangre, triunfo y justicia: el mundo catártico de la lucha libre mexicana.
“¡Lucharáaaan a dos de tres caídas, sin límite de tiempo!” se escuchó por primera vez durante 1933 en voz del réferi Chucho Lomelín, en la Arena México —entonces Arena Modelo—. El lugar que ahora clama el título de la Catedral de la Lucha Libre Mexicana había estado parcialmente abandonado hasta que, ese mismo año, se convirtió en la sede de la Empresa Mexicana de Lucha Libre, fortaleciendo una tradición que trascendió las fronteras nacionales a lo largo de las últimas décadas.
Junto con los primeros luchadores, surgieron también innumerables fotógrafos, profesionales y aficionados, célebres y anónimos. A través de su lente nos heredaron instantáneas combativas de un espejo en el que todo mexicano se ve reflejado: cada uno de nosotros elige internamente su faceta de técnico, rudo o exótico, y se eleva por un momento más allá del mundo cotidiano para entrar, parafraseando al filósofo Roland Barthes, en un espectáculo tan catártico como el que proponían los trágicos griegos.
La vasta y extraordinaria colección fotográfica de Fundación Televisa ha permitido reconstruir esta larga historia visual de rituales, sangre, poses y máscaras; tanto en su vertiente presencial como en su paso al celuloide. En las fotografías aquí mostradas se suceden más de 120 luchadores y luchadoras, de entre los cuales se destaca el Enmascarado de Plata, que celebra este año el octagésimo aniversario de haberse subido al ring por vez primera.
Es un orgullo para el Museo Arocena colaborar con Fundación Televisa —a quienes felicitamos entusiastamente en su vigésimo aniversario— y unirnos a su esfuerzo por difundir la cultura visual que rodea a la lucha libre, reconociendo en ella una parte importante de los elementos que han renovado la identidad mexicana. Agradecemos ampliamente a todas las personas e instituciones que han permitido la realización de esta exposición, y que, de esta manera, han contribuido con los miles de luchadores que, en palabras de El Santo, “a base de nuestro granito de arena, de nuestro esfuerzo cotidiano, hemos hecho del deporte que amamos una cosa más grande.”
Blue Demon
Lourdes Grobet
1987-1988
Cibachrome
Colección Fotográfica Fundación Televisa / Colección Abierta
Introducción
Instalada en el gusto popular desde los años treinta del siglo pasado, la lucha libre ha sido para los mexicanos algo más que una afición deportiva. Los modernos representantes de un oficio en que resuenan las antiguas batallas de gladiadores romanos y guerreros aztecas, contando con la inapreciable colaboración de públicos que no se resignaron a la condición de espectadores, convirtieron las arenas de lucha libre en escenarios de una teatralidad compleja y desaforada.
Corporales y simbólicos, carnavalescos, sangrientos, catárticos, los combates entre luchadores técnicos, rudos o excéntricos devinieron fuentes inagotables de una imaginería que ha trascendido los límites del ring. De la televisión al cómic, de la gráfica callejera a la animación virtual, del reportaje periodístico a la ficción cinematográfica, no ha habido medio de expresión visual, adscrito a las bellas artes o a la cultura popular mexicanas del siglo XX, que no haya rendido tributo a la mitología luchística.
La presencia corpórea de los luchadores, a la vez notables atletas y grandes cultores del performance, ha tenido en las imágenes gráficas, fotográficas, fílmicas y videográficas, su correlato legendario. Al tiempo que se desarrolló como género de entretenimiento masivo, la lucha libre mexicana consiguió postular una estética bizarra y refinada. En las máscaras, diseños y caracterizaciones de los combatientes se combinan y recrean las más disímbolas tradiciones iconográficas. La historia del mundo, sus más sobados arquetipos y estereotipos, todas las encarnaciones posibles del bien y el mal, han pasado por los cuadriláteros mexicanos.
La presente exposición, conformada con imágenes procedentes de las Colecciones Fotográficas de Fundación Televisa, es un recorrido documental y artístico por los ámbitos reales e imaginarios del reino de la lucha libre mexicana. Las imágenes, producidas como encargo periodístico, estudio retratístico, proyecto documental y/o artístico, cubren un periodo de casi siete décadas. Autores de tres generaciones, un acervo de documentación fílmica y los archivos de dos revistas especializadas, nutren este misceláneo corpus fotográfico, no menos variado que el universo al que hace referencia. Este proyecto museográfico, desarrollado bajo los auspicios de la Dirección de Artes Visuales de Fundación Televisa, es apenas un atisbo a la riqueza iconográfica del espectáculo multidisciplinario que bien puede considerarse uno de los extremos del sincretismo mexicano.
Temas de la exhibición
Aníbal
Porfirio Cuautle
1979
Gelatina DOP
Colección Fotográfica Fundación Televisa / Fondo Revista Lucha Libre
Rituales
En la interjección del deporte, el teatro, la danza, el cómic y otras artes visuales se ubican las intensas hazañas de los oficiantes de la lucha libre mexicana. Bajo la luz cenital que ilumina los cuadriláteros, dos bandos se enfrentan en honor de las viejas y las nuevas mitologías, manteniendo vigentes pleitos que se iniciaron en la oscuridad de nuestras primeras cavernas. Nuestro incorregible maniqueísmo y la nostalgia que solemos tener por los tiempos bárbaros o heroicos, necesitan de la sangre, el rictus de dolor, la sufrida victoria, el desenmascaramiento, que nos brindan los luchadores en sus ritos sacrificiales. Será obligación de la fotografía y las publicaciones especializadas dar fiel testimonio de los ascensos y caídas de los únicos ídolos en que se combinan la carne y la leyenda.
VS
En los carteles y programas de lucha libre nunca deja de estar presente, abreviada o de manera implícita, la palabra versus, término de raíz latina que no sólo en ese espectáculo deportivo señala la confrontación entre dos bandos. Entre los tantos simulacros de guerra que se disputan el tiempo libre de los mexicanos, no hay versus con mayor versatilidad, colorido y fuerza alegórica como el que se plantea y resuelve, sólo para volverse a proponer en infinitas combinatorias, en un escenario luchístico.Ese cíclico retorno de los luchadores a sus escaramuzas y torneos se cumple a través de rutinas e improvisaciones, implica no pocos riesgos y requiere que los rivales sean también cómplices en la exhibición de sus habilidades físicas e histriónicas.
Acción entre luchadores no identificados
Autor no identificado
1984
Gelatina DOP
Colección Fotográfica Fundación Televisa / Fondo Revista Lucha Libre
Tinieblas Jr., Alushe y Tinieblas
Lourdes Grobet
1987-1988
Cibachrome
Colección Fotográfica Fundación Televisa / Colección Abierta
El Rostro
Arturo Ortega Navarrete
1970
Gelatina DOP
Colección Fotográfica Fundación Televisa / Colección Abierta
Poses e imposturas
La retratística fotográfica fue y sigue siendo fundamental en la construcción de los personajes que los luchadores han elegido o aceptado representar, ayudados por sus ropajes, máscaras, peinados, poses y gestos. Erigidos en estatuas de sí mismos, el ambiente o el paisaje que se asoma en sus retratos suele mostrar el mundo terrenal en que transcurre su vida como personas. Saben muy bien los gladiadores que sin esas imágenes, base de otras réplicas, silueteos y montajes, no es posible el desdoblamiento que los convierte en figuras mitológicas.
Mil Máscaras
Arturo Ortega Navarrete
1966
Gelatina DOP
Colección Fotográfica Fundación Televisa / Colección Abierta
Máscara
Antropólogos, filósofos, semiólogos, sicólogos, escritores y poetas han indagado sobre el insondable misterio de la máscara ese sencillo artefacto, hecho de los más diversos materiales, que al velar y transformar el rostro nos interroga sobre los significados de la identidad y la alteridad, y nos acerca a las dimensiones de lo primigenio y lo divino. No resulta extraña la fascinación por las máscaras que tienen los mexicanos, cuya cotidianidad está puntuada por los ritos y celebraciones de su complejo sincretismo cultural y religioso. También la historia del mundo –sucesos, ambiciones, prejuicios, terrores, ideologías– deja su rastro en la apariencia de los enmascarados. Desaparece el rostro del luchador detrás de la máscara y ésta, su nueva identidad, reinventa su biografía, volviéndola perdurable en el terreno de las mitologías.
Lucha de mujeres en la Arena Afición de Pachuca, Hidalgo
Arturo Ortega Navarrete
1965
Gelatina DOP
Colección Fotográfica Fundación Televisa / Colección Abierta
Irma González
Juan «El Charro»Espinosa
1960
Gelatina DOP
Colección Fotográfica Fundación Televisa / Colección Abierta
Damas del cuadrilátero
Algunas damas mexicanas, contradiciendo el estereotipo que las describía como susmisas y resignadas, se habían transformado en gladiadoras. La seducción y la coquetería no eran las armas preferidas de las atletas que demostraron sobre el ring que las luchas no eran un oficio exclusivamente masculino. A causa de una hipócrita prohibición gubernamental que por varias décadas les impidió luchar en las arenas de la ciudad de México, la historia de la lucha femenil mexicana se escribió principalmente en las periferias urbanas y en los circuitos de provincia. A pesar de esa injusta marginación, las damas del cuadrilátero nunca dejaron de ser noticia y de ocupar un lugar en las simpatías de los aficionados.
Al igual que sus colegas varones, las luchadoras fueron fotografiadas por los retratistas y reporteros que surtían de material gráfico a las revistas especializadas. Estas imágenes de la lucha femenil deben ser vistas no sólo como documentos relacionados con la evolución de un espectáculo deportivo. Son aún más importantes si se les aprecia como testimonios de las acciones afirmativas y transgresoras de una feminidad que decidió no sujetarse a los cartabones tradicionales.
El Santo, durante un rodaje en el puerto de Acapulco
Autor no identificado
1969
Impresión cromogénica
Colección Fotográfica Fundación Televisa / Fondo División Fílmica
Santo, El Enmascarado de Plata
En el olimpo mexicano de la segunda mitad del siglo XX, hay un lugar reservado para los resplandores de una máscara plateada. Pocos héroes civiles o militares, deportistas, estrellas de cine y demás personalidades de merecido renombre, alcanzaron las alturas mitológicas del luchador que combatió bajo la protección de aquella capucha y con un nombre de explícitas referencias religiosas: Santo, El Enmascarado de Plata. A Rodolfo Guzmán Huerta (Tulancingo, Hidalgo, 1917-Ciudad de México, 1984) perteneció el cuerpo en el que residieron los poderes de la mayor leyenda de la lucha libre mexicana y del superhéroe que México necesitaba para enfrentar los peligros de la Era Atómica.
Psicodélico castiga a Sangre Azteca en el ring de la Arena México
Rosalío Vera Franco
2003
Impresión cromogénica
Colección Fotográfica Fundación Televisa / Colección Abierta
Mil Máscaras y luchador no identificado desenmascaran a Dr. Wagner, mientras el réferi Eddie Palau intenta impedirlo
Autor no identificado
1975
Gelatina DOP
Colección Fotográfica Fundación Televisa / Fondo Revista Lucha Libre
Sangre
Luminosos o tenebrosos, gigantes o enanos, apolíneos o pantagruélicos, sicodélicos o exóticos, rapados o melenudos, venidos de la ultratumba o de la prehistoria, emparentados con el cine de horror o con el cómic de ciencia ficción, los luchadores han desplegado una vasta y miscelánea tipología de héroes y villanos, y un no menos surtido repertorio de imitaciones, pastiches y reciclajes. Las representaciones encarnadas por los luchadores se han actualizado de acuerdo a los gustos y sensibilidades de cada época. La violencia sublimada, la catarsis liberadora, el derramamiento sacrificial de la sangre, son aún las razones que justifican la existencia de estos gladiadores.
Daniel García «Huracán Ramírez» en su casa
Lourdes Grobet
1987-1988
Cibachrome
Colección Fotográfica Fundación Televisa / Colección Abierta
La lucha por la vida
Como bien lo entendió el semiólogo Roland Barthes, en el misterio teatral de la lucha libre es tan reveladora la transformación de seres humanos en titanes como el descubrimiento de que estos últimos, ya desprovistos de sus atavíos guerreros, vuelven a la normalidad y al anonimato, donde la vida se gana con oficios comunes y corrientes. Entre los fotógrafos interesados en el mundo de la lucha libre mexicana, Lourdes Grobet es quien mejor se ha aproximado a ese umbral en que los mitos luchísticos no dejan de ser espectáculo pero ya son presencia cotidiana, mito humanizado. Los retratos realizados por esta autora muestran los ámbitos hogareños, sociales o laborales en que se mueven los luchadores, y al mismo tiempo refrendan la heráldica que les corresponde.
Alonso Peñaloza, cortacabelleras. De la serie La sociedad del espectáculo
César Flores Ruiz / Gabriella Gómez-Mont
2003
Impresión cromogénica
Colección Fotográfica Fundación Televisa / Colección Abierta
Rodolfo Ruiz, réferi. De la serie La sociedad del espectáculo
César Flores Ruiz / Gabriella Gómez-Mont
2003
Impresión cromogénica
Colección Fotográfica Fundación Televisa / Colección Abierta
Guadalupe Obregón, vendedora de tortas. De la serie La sociedad del espectáculo
César Flores Ruiz / Gabriella Gómez-Mont
2003
Impresión cromogénica
Colección Fotográfica Fundación Televisa / Colección Abierta
Sociedad del espectáculo
Tortas, refrescos, cervezas, pepitas, cacahuates garapiñados, palomitas, chicharrones, papas fritas, solazan el paladar del “respetable público” mientras participa, con señas procaces y gritos destemplados, en la ordalía que esa noche le programaron los matchmakers. Aunque de esos antojitos y brebajes también disponen otros espectáculos deportivos mexicanos, ninguno de éstos puede aspirar a conseguir las dosis de emoción y relajo que libera una función de lucha libre. A causa de la proximidad, casi familiar, que hay entre ídolos y aficionados, una parte del espectáculo luchístico sucede entre las butacas y las galerías.
Entre la gente que trabaja en las luchas también hay esposos, cuñados, compadres . Hay que encontrar los huecos silenciosos detrás de los aplausos, detrás de las mentadas de madre, los cohetes y la música de discoteca. Hay que esperar a que miles de luces iluminen el ring y luego voltear en la dirección contraria. Ahí están en los camerinos, dentro de las oficinas, por los pasillos caminando, apresurados. O pacientemente cuidando una puerta de madera, con las manos cruzadas al frente
- Gabriella Gómez Mont, La sociedad del espectáculo.
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