RETABLO, SIGLO XVI

EUROPA O MÉXICO, FINALES DEL SIGLO XIX-COMIENZOS DEL XX. 

FICHA TÉCNICA

Peltre, dorado en el interior del azucarero. Cafetera: 34,5 cm de altura; 23 cm de anchura máxima y 12 cm de diámetro de boca. Azucarero: 16,5 cm de altura; 16,5 cm de anchura máxima con asas y 13,5 cm de diámetro de boca. Jarro de leche: 13 cm de altura; 10 cm de anchura máxima y 8 cm de diámetro de boca.

Marcas en el reverso del asiento de los tres recipientes: tres coronas de tipo imperial alineadas y sin contorno; símbolo en forma de anillo o letra O, dentro de contorno romboidal apaisado, tachado con un rayado burilado en una de ellas.

Colección Casa Museo Arocena, Torreón, Coahuila (México).

Inv. núms.: 1841, 1844 y 1878.

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FICHA COMENTADA

Este conjunto de piezas está realizado en un material muy popular en Europa desde la Antigüedad, difundido en América durante el periodo colonial: el peltre. Es una aleación de estaño, cobre o bismuto, y plomo o antimonio (según la época). Suele distinguirse entre peltre “fino” (92-99% estaño y el 8-1% restante de cobre o repartido entre cobre y plomo), el “trifle” –peltre para objetos de uso común– (92% de estaño, 1-4% de cobre y 4% de plomo), y el “lay” (75% de estaño y 15% de plomo o antimonio). Su uso sigue vigente en la actualidad, aunque ya se ha eliminado el plomo en la aleación por su toxicidad y el porcentaje de antimonio no supera el 4% en su composición. Es probable que las piezas de este juego de café de la colección Arocena estén realizadas en peltre fino, habida cuenta del color claro y la textura uniforme que presenta su metal, con una apariencia semejante a la de la plata, aunque con menos calidad de brillo.

Ya en la Roma antigua se realizaban objetos en este material, además de usarlo también en la construcción. Si bien la generalización posterior del peltre preferentemente en los territorios del centro y del norte de Europa, hace suponer que quizá el origen de su invención se encontrara en la cultura celta.  Durante la Edad Media se hicieron algunos objetos litúrgicos en peltre, pero su principal aplicación hasta nuestros días ha sido en la realización de objetos de uso doméstico.

Las piezas de la colección Arocena llevan estampadas las marcas del fabricante, pero no ha sido posible encontrarlas referenciadas en los repertorios publicados, por lo que se ignora su identidad y también la procedencia geográfica. Esta última podría ser europea o mexicana, teniendo en cuenta que entre estas dos opciones oscilan los objetos de platería hasta ahora estudiados que pertenecieron a la familia y que ahora custodia el Museo.

No obstante, al menos el tipo de recipiente de la cafetera en particular parece inspirado en modelos de origen británico, que se remontan a los primeros ejemplares conocidos realizados en plata entre la segunda mitad del siglo XVII y el primer tercio del XVIII. Su forma troncocónica se traslada también en este caso a las otras dos piezas del juego, apartándose así de las referencias históricas propias que cada una de ellas tiene, además de compartir con el azucarero la misma tapa cónica de perfil alabeado. Por otra parte, como suele ocurrir con los diseños historicistas, la fidelidad de la cafetera a los modelos originales es relativa pues, en lugar de asentar sobre su base, las tres piezas se alzan aquí sobre cuatro patas en forma de cartela de rocalla, que son parte del  contorno sinuoso que adopta la zona inferior del recipiente a causa de las tornapuntas en ce contrapuestas que lleva labradas en el borde. Estos detalles responden a la aplicación de un diseño rococó muy característico que, sin embargo, hasta el siglo XIX no se había usado en el asiento de este tipo de piezas. Había sido, de hecho, una de las pocas excepciones, porque en la platería de época rococó se encuentra este tipo de contorno frecuentemente perfilando soportes de escribanías y de recados de vinagrera y aceitera, de salvas y de bandejas decorativas, en la base de algunos modelos de cajas de té y de saleros, y en los contornos del pie de enfriaderas o de piezas de iluminación; además por supuesto de su uso simplemente como orla decorativa.

CAFETERA (Peltre). Sheffield, ca. 1880.
R. Richardson Cornwall Works (Colección particular).
LAJOÜE. Diseño ornamental (París, ca. 1734).
Cooper Hewitt National Design Museum, Nueva York.

Los tiradores de las tapas de cafetera y azucarero tienen forma de flor con su corona de hojas exenta. Bajo el tirador hay una orla de tornapuntas con una pequeña rocalla labrada en la superficie de la tapa, cuyo borde está perfilado por una segunda orla polilobulada que incluye un cerco estriado. Este cerco es similar al que recorre el contorno de la boca de las tres piezas, y está inspirado en los ribetes avenerados característicos también del estilo rococó. En el centro de los recipientes va labrada una cartela de silueta acorazonada, enmarcada por tornapuntas, crestas aveneradas, flores y palmas, distribuidas de manera asimétrica. Hay otras cartelas más sencillas en el vertedero del jarro de leche y en el reverso de las patas.

Las proporciones grandes que tienen los recipientes de este juego de la colección Arocena (a modo de ejemplo: la cafetera mide unos 10 cm más de lo que suele tener una pieza común), revelan que su uso se destinaba al servicio simultáneo de varios comensales, o bien estaba determinado por la forma o el momento en que fuera costumbre consumir el café.  

La llegada a Europa de esta bebida aromática –tomada generalmente caliente– se remonta al siglo XVII, cuando comenzaron a difundirla los mercaderes venecianos que la traían de Oriente Medio, donde su consumo venía practicándose al menos desde hacía doscientos años. Al ser una sustancia procedente del ámbito musulmán, su aceptación en Europa fue objeto inicialmente de reticencias, tanto en el área católica como en la protestante, hasta el punto de prohibirse en algunos lugares su consumo durante un tiempo. Pese a todo, en los territorios del sur y del occidente europeo la asimilación fue más rápida,  dado que –según dice la leyenda– el café fue bautizado simbólicamente por el papa Clemente VIII (r. 1592-1605), neutralizando así la superstición que lo consideraba un brebaje demoníaco. Seguramente no influirían menos en favor de su buena consideración los intereses de los comerciantes implicados en la distribución de esta materia.

La popularidad de la bebida era ya notoria en la segunda mitad del siglo XVII, y ello dio pie a la apertura de los primeros establecimientos públicos donde se servía: por ejemplo, el primer café londinense abrió en 1652, en Berlín en 1670, y en París en 1686. Según un registro de 1700, sólo en Inglaterra había ya más de dos mil locales donde se servía té y café. Para entonces los propios británicos habían llevado también a sus colonias de la costa este norteamericana la costumbre de tomar ambas infusiones, datando de 1689 la apertura del primer café en la ciudad de Boston. Si bien el consumo de esta bebida no se generalizaría ampliamente en Estados Unidos hasta el siglo XIX.

El consumo de té y café exigió la creación no sólo de un recipiente adecuado para servirlos, sino también de otras piezas imprescindibles como el azucarero y el jarro para leche o crema, cuyo uso sería compartido. Ya en el siglo XVII se realizaron los primeros objetos de este tipo en plata, destinados a la casa y los salones de la élite social. Al principio con un formato único de recipiente para té y café, hasta que a comienzos del siglo XVIII comenzaron a diferenciarse en su apariencia tetera y cafetera. La porcelana europea seguiría en adelante modelos semejantes, imitados también en algunos casos por otros materiales más humildes como el peltre en el que están realizadas las piezas de la colección Arocena.

Entre finales del siglo XVII y durante el XVIII, los cultivos de café se extendieron por diferentes territorios asiáticos y americanos, impulsados por el colonialismo y los intereses comerciales de españoles, franceses, ingleses y holandeses. Comenzaron así su desarrollo, entre otros, los territorios cafeteros de Centroamérica, Venezuela, Brasil y Colombia, cuya producción a gran escala –y destinada en buena parte a la exportación europea– se desarrollaría ya a partir de la centuria siguiente. En México, las primeras plantaciones de café se llevaron a cabo desde el último cuarto del siglo XVIII en Córdoba (Veracruz), a partir de las primeras semillas que se plantaron en la Hacienda de Guadalupe, traídas de Cuba por José Antonio Gómez de Guevara. A éstas seguirían, ya en el siglo XIX, las plantaciones de Coatepec, Teocelo y Xalapa, en el propio estado de Veracruz, y las de Cuernavaca y Yautepec, en el de Morelos. El café mexicano sigue ocupando en la actualidad un lugar destacado en el mercado de exportación internacional de esta materia.

MARGARITA PÉREZ GRANDE

‘Interior  de El Café del Progreso en la ciudad de México a mediados del siglo XIX
(Litografía en La Ilustración mexicana, México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1851)