El Museo Arocena, en colaboración con el Museo Mural Diego Rivera, se complace en presentar al pintor Gerardo Cantú, nacido en 1934 en Nueva Rosita Coahuila, México. Su obra comprende desde tópicos muy habituales en la pintura, como son el retrato o el bodegón, hasta relatos sociales, políticos o eróticos, dotados de una notable complejidad compositiva e imaginativa. Estudió en el taller de Artes Plásticas de la Universidad de Nuevo León y posteriormente en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda”. También realizó estudios en Praga y París. A su regreso a México contrajo nupcias con la escritora Marinés Medero.
Cabe destacar la obra muralista desarrollada a lo largo de la trayectoria artística de Gerardo Cantú, quien a los quince años de edad le fueron encomendados sus primeros murales para La Capilla de la Secundaria número 1 de Nuevo León. Dicha labor pictórica siempre ha estado presente en la vida del artista desarrollando así un importante número de murales ubicados principalmente en el estado de Nuevo León. En palabras de Gerardo Cantú: “Cuando me hice pintor, siempre pensé en ser muralista, de alguna manera siguiendo a mis maestros, especialmente a Diego Rivera”.
Después del terremoto que azotó la Ciudad de México en 1985, Cantú regresó a Monterrey y tomó la dirección de Artes Plásticas del Instituto de Cultura en Nuevo León. Fue nombrado director del Taller de Experimentación Plástica. Ha realizado importantes exhibiciones en Argentina, Brasil, España, India y México. Ha obtenido muy diversos premios de adquisición, así como menciones honoríficas de pintura y grabado otorgados por el Salón de la Plástica Mexicana, entre otras instituciones. En 2011 recibió el Premio a las Artes de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Sirva esta muestra como un homenaje a la gran trayectoria de este artista sobresaliente, uno de los más importantes exponentes del nuevo humanismo en el arte, que desde mediados del siglo XX se perfiló como una continuación heterodoxa de la Escuela Mexicana de Pintura, comprometida con la representación de la figura humana.
Gerardo Cantú. Un mismo amor, vivencias y videncias es un título atinado para esta muestra organizada por el Museo Mural Diego Rivera de la Ciudad de México y curada por Magaly Hernández López. Como lo menciona Alberto Híjar “Un mismo amor ha guiado la vida de Gerardo Cantú: la necesidad insoslayable de pintar y con ello, replicar a las ingratitudes de la vida. Como todo amor éste es un amor furioso y ansioso, imposible de ocultamiento en la sensatez y el oportunismo”
Obra temprana: Europa, retratos y naturalezas muertas
Gerardo Cantú es el verdadero artista que no desprecia nada… descubre que la función del artista no es la de juzgar, sino la de comprender. Su obra expresa que la actividad fundamental del hombre en la sociedad es la de crear.
Alfonso Elizondo
Desde sus inicios, Cantú buscó mediante formas precisas, un sentido profundo en su obra. Cuando se formó en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda” tuvo la oportunidad de tener a maestros de la talla de Pablo O´Higgins, Ignacio Aguirre y Carlos Orozco Romero. Contando con sólo diecinueve años conoció a Diego Rivera, con quien compartió una tarde en compañía del General Lázaro Cárdenas, en su estudio de Altavista.
Durante su estancia en la Universidad Carolina de Praga, realizó importantes lienzos como Yarka, la chica checa (1959), posteriormente en España exhibió la obra Plañideras (1965) en la Galería Círculo 2, pintó Las tres mujeres con fondo blanco, (1966) y Las tres mujeres en azul (1968) esta última obra muestra una inclinación hacia el expresionismo. Con su obra No olvidamos 68 (1968), Cantú reflexionó sobre el movimiento estudiantil y la situación política en México.
Encontramos también tres autorretratos que relatan el devenir del tiempo sobre la fisonomía del autor, desde su primer Autorretrato joven (1956) realizado a la edad de veintidós años, pasando por Autorretrato con barba (1984) y Autorretrato de viejo (2014). Los tres comprenden el transcurso de cincuenta y ocho años, y diferentes intenciones plásticas y descriptivas.
Las naturalezas muertas y bodegones juegan un papel muy importante dentro de su producción, así como las mujeres. Un aliento sensualista se une a una intención analítica, que incorpora y asimila lecciones de la vanguardia europea: Cézanne, Van Gogh y Gauguin, entre otros.
Grabado: puerta al gran público
Es un artista que de ante mano acepta y se nutre de la realidad visual; su vena creativa, ajena a las simples apariencias, provoca en las imágenes reales una deformación necesaria para que asuman su verdadera naturaleza poética, bellas, dramática o, si es el caso, divertidamente grotesca.
Luis Rius Caso.
Cantú siempre inquieto, logró trasladarse de una técnica a otra con una soltura sin igual, en sus litografías, aguafuertes y experimentaciones con la acrilografía, ésta última realizada a partir del juego comenzado en el estudio del artista, junto con sus amigos Guillermo Ceniceros y Esther González en 1970.
El grabado puede ser un medio que permite la reproducción múltiple, sin embargo, Gerardo Cantú hace ligeras variaciones que permiten que cada obra sea distinta, con un carácter particular. Desde los grabados tempranos como El diablito (1974) y Hay días que no se olvidan (1970) generados con una paleta de sólidos colores, hasta las atmósferas etéreas de Ella y nosotros (1976) y Domus Aurea (s.f.) es posible percibir dichos cambios y sutilezas
Esta disciplina sedujo al artista de tal forma que afirma que el grabado es una pequeña puertecita que le dejaron para dirigirse al gran público. Existió una época en que gran parte de su producción fue realizada en ella, sin embargo, regresó al campo de la pintura sin olvidar la gráfica como una forma de expresión a la que volvería en repetidas ocasiones.
Amor y humorCon Cantú llegamos a los desfiguros del amor, pero amor todavía, y quizá
más sincero y más alto que el que los románticos exaltaron en su momento.
Ida Rodríguez Prampolini
Para Gerardo Cantú las mujeres son parte medular de su producción, en este núcleo se pueden destacar diversos temas bíblicos, uno de ellos es el de Susana y los viejos, relato del siglo I a. C cuyo motivo es de la mujer calumniada que es inocente. Cantú representa a Susana sobre una mesa cubierta por un mantel blanco, los viejos la miran desde un extremo de la mesa y ella permanece serena en medio de su desnudez. Otro pasaje es La cena de los apóstoles (1995), en una versión que alude al noreste del país, con el Cerro de la Silla que se muestra a través de la ventana y un cabrito servido en un plato que se ofrece como alimento para los discípulos de un Jesucristo atribulado por su futuro próximo.
La Celestina es una figura capital en sus lienzos, para algunos es una mujer alcahueta que promueve el goce y el placer, para otros es una bruja o acaso una hechicera. En Celestina en rojos (1999) se presenta como una figura que oculta a medias a la pareja de amantes y en Celestina de dos perfiles (2004) contempla impasible la escena de quienes se muestran ante nuestra mirada mediante una perspectiva casi imposible, presurosa y ávida de probar las mieles del deseo.
Gerardo Cantú en su estudio
La esencia es el dibujo
El dibujo de Cantú va a donde quiere, distorsiona lo que juzga necesario,
prescinde de lo prescindible. Puede desvanecer los contornos con el pincel seco.
Arturo Cantú
Desde pequeño comienza a dibujar “monos” como él los llama, para no aburrirse mientras su madre visitaba a sus amigas, acostumbraba llevar papel y lápiz para entretenerse. Como él lo menciona: siempre he dibujado, pero con una especie de vicio, es esto lo que me ha ayudado mucho en mi vocación.
De estos dibujos se desprenden diversos temas que el artista trabajará no sólo en esta técnica, sino también en gráfica y pintura: Beso robado en primavera (1972), El poeta y la musa (1972), El discreto encanto (1976), también desnudos y escenas plagadas de sensualidad como Problemas de amor II (1982), Desnudo con pájaro (1980) y la serie de Las tentaciones de San Antonio (1995-2000). Otro asunto que llama su atención es la crítica social en El ojo de la aguja (2001) y El veneno de la imprenta (1976).
“El humor erótico de Gerardo Cantú es en otro sentido más corrosivo que los tajos fríos de Cuevas, su distorsión del cuerpo femenino hasta el punto exacto de su defecto y su quebrantamiento. La sociedad de las buenas costumbres puede sentirse más en peligro frente a la obra de Cantú que tan desenfadadamente entiende el camino del placer, que ante la mirada crítica de Cuevas que parece, en este caso, más condenar que comprender”.
Ida Rodríguez Prampolini
La Sola