CRISTO DE LA PACIENCIA Y LA HUMILDAD
Por: Marcela Zapiain González
Del amplio repertorio de las imágenes de Cristo, la mayor parte de ellas son tomadas de los evangelios canónicos, baste mencionar los pasajes de la oración en el huerto, la flagelación o la crucifixión.
La pieza que ahora nos ocupa no tiene estrictamente un respaldo escriturístico, aspecto que la hace particularmente interesante. Esta es una escultura de Cristo sedente, casi desnudo, cubierto solo con el paño de pureza, la mirada al frente, el rostro apoyado en la mano derecha, y la mano izquierda ligeramente extendida. Cuenta con cabellera tallada o modelada, ojos de vidrio y está cubierto por pequeñas gotas de sangre. Las heridas más notables son las rodillas desolladas. La pieza nos muestra a Cristo en los dolorosos momentos de espera ante la muerte inminente y se le conoce como Cristo de la paciencia y de la humildad.
¿CUÁL ES SU ORIGEN?
Esta pieza se corresponde con las de tipo gótico, veneradas en Flandes y los Países Bajos y conocidas como Señor de la piedra (Christus in der Rast). Esas tallas, tan frecuentes en aquellos lugares al final de la Edad media, son resultado de una profunda devoción a la Pasión, que deviene del culto por todo lo relacionado con Tierra Santa tras las cruzadas. Ese culto es extensivo a las Arma Christi (instrumentos de la Pasión) y a la Santa Cruz en particular. Estas devociones tardogóticas alcanzaron su máxima difusión gracias al papel que jugó la invención de la imprenta a mediados del siglo XV y la reproducción de numerosos grabados. A partir del desarrollo de esa nueva tecnología, para el siglo XVI se establece el que será el canon de las imágenes sacras para todos los artistas posteriores.
El Cristo de la paciencia de la colección Arocena encuentra su antecedente en esas esculturas tardogóticas, pero quizá más directamente en grabados como los de la Pequeña Pasión de Alberto Durero (1511). La portada o frontis de la serie, presenta a Cristo sentado en una piedra con la cara reposando sobre la mano derecha. Esa imagen le muestra como Varón de dolores, coronado de espinas e incluso con las heridas de la crucifixión. Se le muestra vivo del mismo modo como se presentan vivos a los santos, ostentando las heridas de su martirio en numerosas obras de arte, ya que no es un momento histórico lo que se muestra, sino un símbolo de la victoria sobre el dolor y la muerte. La pintura y el grabado tuvieron mayor libertad para presentar imágenes alegóricas, lo que no sucede habitualmente con la escultura, que debía hacerse conforme a lo narrado, lo escrito, lo descrito; por eso la escultura es simulacro, una sustitución de lo real, por lo que siempre se le consideró más taumatúrgica. La obra que nos ocupa es una síntesis, un poderoso resumen plástico del dolor físico y moral de la redención mediante la Pasión (a la manera del Varón de dolores de Durero) y eso es, entre otras cosas, lo que la hace tan importante. Es decir, no estamos ante la representación de lo que los devotos pueden imaginar para completar los inevitables silencios de la Sagrada Escritura, sino ante un símbolo que en nada contradice (ni confunde) la narración histórica.
Además del antecedente en la obra de Durero, hay que hacer referencia a al Señor de la piedra fría una obra novohispana de escultura ligera del siglo XVI, y también una de las imágenes más importantes de este tipo que se venera hasta la actualidad en las Islas Canarias. ¿Cómo esta escultura llegó en pleno siglo XVI al archipiélago canario? Precisamente porque la devoción de origen tardogótico cruza el Atlántico desde los Países Bajos en forma de grabados hasta llegar a las jóvenes posesiones hispánicas en América, de donde regresa a Europa convertida en hermosas esculturas procesionales que conjugan tecnologías y materiales europeos y americanos. Al Señor de la Piedra fría se le describe como “Cristo sentado sobre una piedra cuadrangular, desnudo, lleno de heridas, la cabeza inclinada, apoyada en una mano y expresión de profunda tristeza”, del mismo modo como podría describirse al Cristo de la paciencia del Museo Arocena.
El Señor de la paciencia y la humildad o Cristo de la piedra es viva imagen del dolor y la resignación por lo que su culto era ofrecido a los enfermos como ejemplo de serenidad ante la muerte. La extensión de su devoción fue promovida en Canarias y en América por los franciscanos y los jesuitas.
EJEMPLOS NOVOHISPANOS
La obra que alberga el Museo Arocena encuentra parecido con la que resguarda la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México denominada Señor del Cacao y también con una pieza recientemente restaurada y estudiada por sus particularidades, que se venera en Zumpango, Estado de México. Esta última es una obra novohispana del siglo XVIII que cuenta con numerosos postizos (ojos de vidrio, peluca, incrustaciones de hueso, ropas) y tiene como cosa muy notable el tener dientes humanos, posible exvoto de gratitud de alguno de sus devotos.
En América se produjeron numerosas imágenes de la Pasión desde la primera evangelización, tomando paulatinamente carácter propio. Nunca fueron crispadas o dolientes a la manera flamenca, sino generalmente serenas, haciendo paulatinamente uso de postizos durante el siglo XVII, hasta llegar a su máxima expresión en el naturalismo del siglo XVIII con un gusto particular por la representación descarnada de grandes llagas. El Cristo de la paciencia de la colección Arocena es una escultura novohispana identificable por esa serenidad característica, con ojos de vidrio y aún pocas heridas por lo que es posible situarla como una obra del siglo XVII.
En opinión de algunos autores la imagen sedente y meditabunda de Cristo, sentado sobre una piedra no es otra cosa que la representación “cristianizada” de Saturno, personificación del tiempo, la caducidad, asociado a la melancolía y la genialidad. La postura de Cristo coincide con la representación humanizada de la melancolía que también hace Durero en otro grabado. Todo esto es posible de suponer y permitiría extenderse sobre lo que los antiguos pensaban de lo que hoy conocemos como enfermedades psíquicas, lo cual excede los alcances de este texto.
Para concluir, el Cristo de la paciencia y de la humildad de la Colección Arocena es un ejemplo notable de la imaginería novohispana, que durante al menos tres siglos repitió modelos flamencos con origen en el gótico tardío, porque seguían siendo elocuentes símbolos para sus devotos.